Los mitos sobre la microdosis se han extendido con rapidez en los últimos años, en parte por el creciente interés en sustancias como la psilocibina o el LSD con fines no recreativos. A medida que más personas exploran esta práctica buscando mejorar su estado de ánimo, concentración o creatividad, también proliferan ideas poco precisas o directamente falsas.
Y es que la microdosificación se mueve en una zona compleja: no es del todo legal, no está plenamente regulada y la investigación aún está en desarrollo. En ese terreno ambiguo, es fácil que se mezclen testimonios personales con suposiciones, estudios preliminares con afirmaciones exageradas. El resultado: una imagen distorsionada de lo que realmente implica microdosificar. Por ello, en este artículo abordamos los principales mitos sobre la microdosis para separar los hechos de las creencias infundadas.
¿Qué es realmente la microdosis?
Aunque el término se ha vuelto bastante popular, no siempre queda claro qué significa exactamente microdosis. En pocas palabras, consiste en consumir una cantidad muy pequeña de una sustancia psicodélica (tan pequeña que no llega a provocar efectos alucinógenos ni altera la percepción de forma evidente).
Las sustancias más utilizadas para microdosificar suelen ser la psilocibina, presente en ciertos hongos, y el LSD, un compuesto sintético conocido desde hace décadas. En ambos casos, las dosis se sitúan muy por debajo de las que se usarían con fines recreativos. El objetivo es sentir, como máximo, cambios sutiles: una ligera mejora en el estado de ánimo, más enfoque mental o una sensación de conexión más fluida con las tareas del día. Por eso se habla de efectos subperceptuales.
Es importante remarcar esto, porque uno de los errores más comunes es confundir la microdosis con un “viaje suave” o una forma más ligera de consumir psicodélicos. La microdosificación busca integrarse en la rutina, no interrumpirla.

Los mitos más comunes sobre la microdosis
Desde que la microdosificación se popularizó, también empezaron a circular afirmaciones de todo tipo. Algunas tienen una base real, aunque matizable. Otras, en cambio, se repiten tanto que han acabado pareciendo verdades, cuando en realidad no lo son. En esta sección vamos a revisar los mitos sobre la microdosis más comunes.
Mito 1: “La microdosis te hace alucinar”
Esta es una de las confusiones más frecuentes, sobre todo entre quienes no están familiarizados con el concepto. La palabra «psicodélico» suele asociarse automáticamente a visiones, colores intensos, paisajes mentales o distorsiones sensoriales… y eso genera la idea de que cualquier cantidad, por mínima que sea, provocará esos efectos. Pero no funciona así.
Una microdosis, por definición, es una cantidad subperceptual. Esto quiere decir que no produce cambios evidentes en la percepción, ni interfiere con la capacidad de trabajar, socializar o realizar tareas cotidianas. No hay alucinaciones, ni confusión, ni alteración del sentido del tiempo o del espacio.
La diferencia con una dosis completa es enorme. Una dosis recreativa de psilocibina puede oscilar entre 2 y 3,5 gramos de setas secas; una microdosis, en cambio, apenas llega al 10% de esa cantidad. El objetivo no es “viajar”, sino favorecer, en teoría, estados mentales más centrados, creativos o emocionalmente estables.
Diversos estudios recientes han confirmado que las microdosis no producen efectos psicodélicos clásicos. En ese experimento, la mayoría de participantes no supo distinguir cuándo habían tomado la sustancia y cuándo un placebo, lo que refuerza la idea de que sus efectos son, como mucho, muy sutiles. Así que no, microdosificar no es sinónimo de alucinar. Y si eso ocurre, es señal de que la dosis no fue tan “micro” como debería.

Mito 2: “Los efectos son solo placebo”
Este mito parte de una duda legítima: ¿funciona realmente la microdosis o todo se debe al poder de la sugestión? La pregunta es una de las más debatidas dentro de la comunidad científica. A día de hoy, no hay un consenso claro, y eso alimenta tanto el escepticismo como la fe ciega en sus beneficios.
Por un lado, los estudios más rigurosos han arrojado resultados mixtos. Algunos no encuentran diferencias entre quienes toman microdosis reales y quienes creen que lo hacen. En esos casos, la mejora en el ánimo o la concentración aparece en ambos grupos por igual, lo que sugiere que el efecto podría estar más relacionado con la expectativa que con la sustancia en sí.
Sin embargo, también hay que tener en cuenta que miles de personas afirman haber experimentado mejoras reales: más motivación, menos ansiedad, mayor claridad mental… Aunque estos testimonios no sustituyen la evidencia científica, sí reflejan una experiencia subjetiva que no se puede descartar sin más.
Los estudios más recientes están intentando afinar la metodología para ir más allá del clásico “funciona o no funciona”. Por ejemplo, algunos trabajos están explorando variables como la personalidad, el entorno, la intención con la que se toma o incluso el tipo de tarea que se realiza bajo sus efectos. Es un enfoque más matizado, que reconoce que el efecto placebo no implica que “todo sea mentira”, sino que puede estar actuando junto a otros factores reales.

Mito 3: “Es totalmente seguro y no tiene efectos secundarios”
Cuando algo se percibe como natural, pequeño y sutil, es fácil asumir que también es inofensivo. Y esa es una de las ideas más repetidas sobre la microdosis: que no tiene efectos secundarios, que cualquiera puede probarla sin riesgos y que, en el peor de los casos, simplemente no hará nada.
Lo cierto es que, aunque la microdosis suele tolerarse bien en muchas personas:
- No significa que sea completamente segura ni que esté exenta de riesgos. Algunos usuarios reportan efectos adversos como insomnio, irritabilidad, ansiedad aumentada o dificultades para concentrarse, especialmente cuando se prolonga su uso sin descansos o sin seguir un protocolo claro.
- Existe el riesgo de desarrollar tolerancia si se consume con demasiada frecuencia. El sistema nervioso puede adaptarse rápidamente a los compuestos psicodélicos. En algunos casos, también puede generarse una dependencia psicológica, no porque la sustancia cree adicción, sino porque la persona comienza a sentir que no puede funcionar sin esa pequeña ayuda extra.
- Autodiagnóstico. Muchas personas recurren a la microdosis para tratarse a sí mismas sin tener un diagnóstico claro o sin haber consultado con un profesional de la salud mental. Esto puede enmascarar problemas más profundos o retrasar un tratamiento adecuado.
- Precaución en casos específicos. Personas con antecedentes de trastornos psicóticos, bipolaridad o ansiedad severa pueden no reaccionar bien a la microdosificación, incluso en cantidades bajas. Aunque los efectos sean sutiles, no dejan de ser psicoactivos y podrían desestabilizar ciertos perfiles vulnerables.

Mito 4: “Todo el mundo debería probarlo”
En redes sociales o en ciertos círculos, la microdosis se presenta casi como una receta mágica: mejora el ánimo, estimula la creatividad, reduce el estrés… y sin efectos secundarios. Con esta carta de presentación, no es raro que muchas personas piensen que todo el mundo debería probarlo al menos una vez. Pero esa idea, aunque suene tentadora, es tan simplista como peligrosa.
La microdosificación no es una solución universal, ni funciona igual para todos. Hay muchos factores que influyen en cómo una persona reacciona: su estado mental, su historia clínica, el contexto en el que se encuentra, sus expectativas o incluso su nivel de sensibilidad psicológica. Lo que para uno puede ser un impulso sutil y positivo, para otro podría generar ansiedad, incomodidad o un desequilibrio emocional inesperado.
También hay momentos en los que simplemente no es buena idea empezar a experimentar, como cuando alguien está atravesando una crisis personal, una situación de inestabilidad emocional, o cuando busca respuestas rápidas a problemas complejos. La microdosis no es un parche ni un atajo, y usarla sin preparación o sin comprender bien lo que implica puede acabar siendo contraproducente.
Antes de lanzarse, conviene informarse a fondo, cuestionar los propios motivos, conocer los riesgos y, si es posible, hablar con un profesional que entienda del tema. Porque se trata de usarla con responsabilidad y criterio, como una herramienta que, en ciertos casos y para ciertas personas, puede ser útil.

Es un hecho que la microdosis despierta curiosidad, promesas y también muchos malentendidos. Por eso es tan necesario contrastar la información, cuestionar las afirmaciones absolutas y mantenerse con la mente abierta pero crítica. No todo lo que se dice es cierto, pero tampoco todo es falso. Estamos ante un campo en desarrollo, donde aún hay más preguntas que certezas.


